Siempre recordabas las heridas más rápido que yo.
Yo siempre sufría demasiado tarde.
Así que tal vez
nunca miramos al mismo lugar ni una sola vez.

Cada vez que veía tu espalda alejándose en silencio,
quería seguirte.
Pero temía ser veneno para ti
y no podía mover ni un solo paso.

Debiste haber pensado que era indiferencia.
En realidad, era mi vana vacilación.

Pensé que era una suerte que no lloraras,
creí que era una suerte que no hablaras,
y me sentí aliviado de que no te fueras.

Pero el que tú
no hicieras nada
era porque estabas muy decepcionado,
y lo supe demasiado tarde.

Había palabras dando vueltas en mi boca.
Había verdades que no pude escupir al final.
Pero con esa sola frase
no quería ver tu nombre convertirse en un traidor.

Así que no lo saqué.
Así que al final no pudiste oírlo.
Así que nos alejamos
sin decir nada.